Hao Jingfang (1984). Estudió
Física, pero es doctora en Macroeconomía. En 2016 se convirtió en la primera
mujer china ganadora de un Premio Hugo por la traducción al inglés de la ficción breve “Entre los pliegues de Pekín” (publicada en chino en 2012). Su
relato “Planetas invisibles”, una reescritura en clave de ciencia ficción de Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino,
fue incluido en la antología de ciencia ficción china Planetas invisibles (Ken Liu, 2017) y sus relatos “Entre los pliegues de Pekín” y “El tren de Año
Nuevo” se encuentran recogidos en otra antología similar (Estrellas rotas; Ken Liu, 2020). Ha publicado las novelas de ficción científica Vagabundos
(2011) y Saltonautas (2021), ambas traducidas
al inglés por el infalible Ken Liu, uno de los más inventivos y originales
escritores del género y, además, gran introductor de la ciencia ficción china
en el mundo anglosajón.
Los pensamientos de vuestras mentes, las emociones que sentís, toda vuestra vida interior se encuentra en los griones.
-Hao Jingfang, Saltonautas, p. 261-
China no perdió el tren de la historia. Al
contrario, como demuestran sus avances del último siglo y la literatura especulativa
más innovadora del momento, los chinos parecen subidos a un cohete fantástico
que los transporta hacia un futuro del que se diría que lo saben todo y sobre
el que poseen claves que nadie más conoce. Es lógica la predilección china actual
por la ciencia ficción ya que este género anticipa visiones del futuro leídas
en los signos del presente. En 1903, Lu Xun, el patriarca de la literatura
china moderna, dijo: “El progreso del pueblo chino comienza con la ciencia
ficción”. Y este fue el lema del proyecto político en que Mao y los suyos
embarcaron al país durante tres décadas y que se llamó “salto adelante”.
Durante mucho tiempo, en parte debido a los fracasos del régimen maoísta, los
chinos desconfiaron de la idea de futuro y le volvieron la espalda a la ciencia
ficción, como dice Fei Dao, uno de sus escritores más notables. Hubo que
esperar hasta el siglo XXI para que los chinos dejaran de considerar vergonzosa
la literatura que se ocupaba del futuro y comenzaran a experimentar un legítimo
orgullo al ver cómo una de sus supernovas narrativas, El problema de los tres cuerpos
(2008) de Liu Cixin, se convertía en un fenómeno de la literatura mundial. Después de eso, la ciencia ficción es una de las
muestras del género que más interés ha suscitado dentro y fuera de China y
donde la creatividad y el acervo milenario de la literatura china han
encontrado un lugar privilegiado para expandirse. Y aquí es donde aparece la
joven figura de Hao Jingfang, nacida en 1984, la primera ganadora asiática del
prestigioso premio Hugo con su novela corta de temática distópica “En los
pliegues de Pekín” (2012), traducida al inglés por Ken Liu, otro de los grandes
adalides del género y gran introductor del mismo en Estados Unidos mediante
diversas antologías y traducciones. Vagabundos, la primera novela de Hao,
se publicó en 2016 y tuvo una gran acogida mundial tras ser traducida en 2020, y
ahora acaba de aparecer, simultáneamente en Europa y Estados Unidos, Saltonautas
(Jumpnauts),
publicada en China en 2021. El ingenioso título de la novela es un juego de
palabras encriptado en un hanzi o
sinograma que combina el concepto de salto, en sentido cuántico, y el de
tránsito, como circulación entre universos, con los sujetos humanos que
realizan ese viaje especial. La novela tiene elementos que la adscriben a la
narrativa juvenil y celebra, en este sentido, la visión de la tecnología y el
futuro que sostiene con optimismo la juventud china. En el fondo, la doble
hélice narrativa se entrelaza en torno a los ejes de la formación de un grupo de
cuatro miembros (Yun Fan, Jiang Liu, Qi Fei y Chang Tian), cuya reunión se
considera un experimento concebido en beneficio de la humanidad, y el encuentro
con una civilización alienígena de nivel superior que descubre los secretos más
reveladores del multiverso, la historia antigua y la energía (los griones, esas partículas fundamentales radicadas en la base de la materia, tan afectivas como informativas y comunicativas, que son el brillante hallazgo de la novela) con el fin de que
extiendan la novedad del mensaje en el planeta Tierra. Por desgracia, la geopolítica terrestre sigue marcada por la
división y el conflicto endémico entre facciones antagónicas, La Liga del Pacífico contra
la Alianza Atlántica, pero la labor de los “saltonautas” logra concienciar al
mundo de la conveniencia política de la paz y el desarrollo en favor del
pueblo. Es una novela que expresa, de manera alegórica, el protagonismo absoluto que China se atribuye en el
futuro de la humanidad. Ya solo por eso, merece ser leída con atención.
Siento
disentir por una vez de mi maestro Guillermo Cabrera Infante, pero Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958),
siendo la obra maestra que él celebró como crítico avanzado de su tiempo en
sintonía con la crítica de Cahiers du Cinéma, no es para nada una “apología del amor” ni “el primer gran film
surrealista”, comparable a Nadja
(1928) de André Breton, como escribió en
el momento de su estreno mundial en una crítica entusiasta recogida en su libro
Un oficio del siglo XX (1982, p. 364), ni tampoco “la primera obra
romántica del siglo XX” (ibíd., p. 367), ni siquiera un paradigma del
“neorromanticismo” que resurgía como reacción contra la decadencia del
neorrealismo (ibíd., p. 383). Cabrera Infante, ofuscado por la euforia estética
y las derivas amorosas de su propia vida, proyectó en esta prodigiosa obra de
Hitchcock sus propios fantasmas y fantasías más íntimas, muy en consonancia con
el espíritu y las intenciones originales de la película.
Antes del arte
pop, Vértigo se situaría, más bien,
en la estela artística y filosófica de la inversión del platonismo, entre
Nietzsche, Deleuze y Klossowski, entre la más alta potencia de lo falso y la
teoría de los simulacros: “[l]a copia es una imagen dotada de semejanza, el
simulacro una imagen sin semejanza…El simulacro no es una copia degradada;
oculta una potencia positiva que niega el original, la copia, el modelo y la reproducción” (Lógica
del sentido, pp. 259 y 263).
Vértigo es, como
dice Žižek inspirándose en Deleuze, “la película antiplatónica por excelencia,
un sistemático ataque materialista al proyecto platónico…La furia asesina que
se apodera de Scottie cuando descubre que Judy, a la que ha intentado convertir
en Madeleine, es (la mujer que conocía como) Madeleine es la furia del
platónico engañado cuando se da cuenta de que el original que quiere convertir
en una copia perfecta ya es en sí mismo una copia. Lo impactante aquí no es que
el original resulte ser una mera copia -un engaño clásico contra el cual el
platonismo nos advierte constantemente-, sino que (lo que considerábamos) la copia resulta ser el
original” (Incontinencia del vacío, p.
102).
Al final, el
facsímil es el único original realmente existente: nunca Hitchcock se acercó
más a Buñuel (Ese oscuro objeto del
deseo). Solo Brian de Palma, cineasta neobarroco, fue capaz de superarlo (o
reescribirlo) en Body Double, mezclando múltiples géneros y estilos heterogéneos (el
terror, el neonoir, el slasher, el porno y el videoclip) en su estrategia
radical de desmitificación fílmica.
En
definitiva, cualquier espectador (masculino o femenino) es sometido al escrutinio
inconsciente de sus suntuosas imágenes cada vez que asiste a la proyección de Vértigo (“a sexual film”, como lo llama
David Thomson en A Light in the Dark
(p. 85), antes de echarle encima los perros de la corrección política), una
película que pone a prueba los fundamentos del amor, la sublimación, el deseo,
la pulsión y la atracción erótica…
El artista no es sólo el
enfermo y el médico de la civilización: es también su perverso.
-Gilles Deleuze, Lógica
del sentido, p. 241-
Da gusto, para empezar, leer un ensayo como este
en que la mirada no especializada de un cinéfilo vocacional se enfrenta a uno
de los objetos fílmicos más deseables de la historia del cine para críticos,
teóricos, historiadores y presuntos especialistas. De todas esas pretensiones de
domesticar al objeto llamado Vértigo
da cuenta Arias Maldonado con su habitual solvencia y conocimiento de los
entresijos del discurso analítico. Hace bien el autor en titular “ficción
fatal” su propia historia de amor y fascinación con Vértigo, ya que la mejor manera de aproximarse a una obra maestra
de esta naturaleza enteramente nueva es transformarla en la analogía de una
“femme fatale” del cine negro: una criatura de perdición que se desliza entre
la luz y la oscuridad de la pantalla, conjugando los enigmas y fantasmas que asedian
el inconsciente y la libido del espectador, sea cual sea su sexo reconocido o
sus preferencias eróticas.
No es una mala metáfora inicial: la ficción se vuelve
fatal dentro y fuera de la pantalla, para los personajes de la enrevesada trama
y para los espectadores de las suntuosas imágenes que la plasman, sometidos a
la seducción y la idolatría de sus formas audiovisuales antes de conducirlos al
abismo al que se enfrenta el protagonista al final de la película. A ese abismo
es al que se asoma Arias Maldonado sin perder de vista los riesgos de escrutar un
objeto artístico hecho de deseos y fantasías. Esa es también la perspectiva
vertiginosa desde donde examina las incontables teorías y discusiones que ha
suscitado la película en los sesenta y cinco años transcurridos desde su
fallido estreno, ganando entre tanto el aprecio crítico y la admiración mitómana
de sus fans.
No olvidemos que los equivalentes en otras artes de
lo que significa Vértigo para el cine
los hallamos en Las Meninas o El Quijote, obras supremas que han
revelado los secretos de su arte y el mecanismo estético de sus trucos y
trampantojos para actuar sobre la mente y la realidad de sus destinatarios. Con
paciente inteligencia, Arias Maldonado revisa los aciertos y desaciertos de las
tesis ajenas para terminar sugiriendo la suya como una de las más fiables y
certeras, por cuanto toma en consideración lo que de verdad ocurre en la
pantalla, ante los ojos del espectador, durante la proyección real de la
película. En suma, la fatalidad de la ficción de Vértigo, en la conclusión del autor, está en relación directa con la
exposición del artificio cinematográfico que sublima la realidad y la desnuda
al mismo tiempo, paradoja de paradojas.
Como reconoce Arias Maldonado, sin citar a Lacan,
Hitchcock pone en escena un colorido espejismo romántico que termina por
desvelar y revelar sus engaños y constituye, en este sentido, un ataque del
realismo materialista al idealismo platónico, y viceversa. La malicia narrativa
del director radicaría en su potencia para enmascarar la abstracción metafísica
del perverso planteamiento mediante una trama policial que gira en torno del
atractivo fetichista de un cuerpo de mujer. Un cuerpo idéntico que puede
desdoblarse, con solo cambiar las apariencias cosméticas y vestimentarias, en
sublime o vulgar, idealizado o indecente, a los ojos del protagonista
masculino, incapaz de sostener una relación sexual normal. Lo que muestra Vértigo perturba así las categorías de
la exégesis feminista que denuncia su complicidad con el patriarcado y la
mirada masculina asociada al mismo tanto como las rancias convenciones de la
cinefilia clásica que la juzga un paradigma canónico sin comprender las
consecuencias de tal gesto.
El misterio de Vértigo
es, como demuestra Arias Maldonado, el misterio mismo del cine como arte
moderno. Vivir y ver películas son fenómenos emparentados.
[Pierre Lemaitre, El
silencio y la cólera, Salamandra, trad.: José Antonio Soriano Marco, 2024, págs.
576]
Me gusta que
Lemaitre se considere un escritor popular y no un escritor de masas. Me gusta
su humor y me gusta la socarronería de su estilo narrativo, un humor popular,
un humor que parece provenir de Rabelais y Céline, Simenon y Queneau, y que es
una visión cómica de la vida y la historia, a pesar de sus tragedias y
melodramas. Me gusta la sutileza y la finura de su ironía. Me gusta que no haya
nada de cursilería en su forma de escribir o de mirar el mundo. Me gusta su
inventiva novelesca, su inmensa capacidad de crear personajes y situaciones. Me
gusta que le gusten los escritores tocapelotas. Me gusta su Diccionario apasionado de la novela negra (2020), el mejor acceso a su
pensamiento literario. Me gusta que su literatura no sea condescendiente ni
demagógica y, al mismo tiempo, sea una literatura plenamente comprensiva de lo
que significa ser humano, con sus grandezas y sus miserias, sus vicios y sus virtudes,
como dice él mismo. Y me gusta mucho su rigor, que es, en definitiva, una forma
de honestidad consigo mismo y con sus lectores.
Si Hitchcock
encumbró en su cine la figura del falso culpable, como modelo humano del bien y
la bondad, la literatura de Lemaitre y, muy en especial, la “saga de los
Pelletier”, se consagra a celebrar la grandeza y la pequeñez de los falsos
inocentes, los que padecen la historia y son a menudo sus cómplices…
Pierre Lemaitre transmite una honestidad personal
e intelectual admirable. Es un escritor que empezó en el género de la novela
criminal como forma de conocimiento de la realidad cotidiana, hecha de turbias
pulsiones y pasiones inconfesables, y ha acabado escribiendo crónicas
históricas sobre los orígenes del siglo XX como Nos vemos allá arriba (2013; premio Goncourt), tan estimulantes
como una novela picaresca o de aventuras. Lemaitre se considera un escritor
popular y no un escritor de masas, lo que daría a su posición literaria un
sentido político especial. Quizá por ello el humor y la socarronería e ironía de
su estilo narrativo. Una forma de escribir y de mirar el mundo abundante en
ironías y carente por completo de cursilería o sentimentalismo. Pese al éxito
de sus libros, su literatura no es condescendiente ni demagógica, sino plenamente
comprensiva de lo que significa ser humano, con sus grandezas y sus miserias.
Esta última novela es la segunda del ciclo “Los
treinta gloriosos”, cuatro novelas planeadas para narrar la historia que
transcurre entre la segunda posguerra mundial y la crisis del petróleo de los
años setenta (entre 1945 y 1975, para entendernos). En El silencio y la cólera recupera y renueva el realismo naturalista
de Émile Zola y el folletín de intriga y misterio para crear una gran saga novelesca,
al estilo de John Galsworthy (La saga de
los Forsythe; 1906-1921 y 1922) o Mario Puzo (El padrino, 1969, con todas sus secuelas y precuelas y, además, sus
adaptaciones cinematográficas por Coppola), en torno a la familia Pelletier, foco
principal del primer volumen (El ancho
mundo; 2022). Ya desde el título, donde la polaridad faulkneriana entre el
silencio y la cólera establece una pauta narrativa, se señala hacia los
secretos, los tabúes, lo callado y oculto, los vicios, las zonas oscuras de la
experiencia humana como territorio narrativo a explorar, y se enuncia la
indignación, la rabia, la furia, el malestar, la insurgencia, la frustración, o
la rebeldía, como tono moral con que afrontar un mundo plagado de injusticias y
desigualdades.
El ancho
mundo describía
el mundo colonial francés de finales de los años cuarenta en un Beirut donde la
familia Pelletier, constituida por los padres, Louis y Angèle, y los cuatro hijos,
Jean, François, Étienne y Hélène, gracias a una próspera fábrica de jabones,
disfrutaba de una posición burguesa privilegiada y confortable. Y, sin embargo,
la inquietud de los hijos y sus ambiciones particulares terminarían llevándolos
a un destino distinto: Étienne orientado hacia Indochina en pos de su amor, el
legionario belga Raymond, y encontrando la muerte allí; Jean, François y Hélène
atraídos por París, buscando en la metrópoli francesa una profesión acorde con
sus deseos e intereses, los negocios y el periodismo.
El silencio
y la cólera
se constituye como una grandiosa saga familiar y social que nos adentra, a
través de los tres personajes principales y de la multitud de secundarios que
los rodean, en los entresijos de la intrahistoria francesa de principios de los
años cincuenta: un tiempo de profundos cambios, de avance tecnológico y modernización
de las mentalidades y las costumbres de la sociedad de consumo. La novela
ofrece así un panorama extraordinario de la sociología y la biopolítica de aquella
época: higiene femenina, libertad sexual y prohibición persecutoria del aborto,
crímenes patológicos cometidos contra las mujeres, melodramas familiares,
maltrato infantil, etc.
La literatura de Lemaitre demuestra una vez más su
condición de ser, como quería Louis Aragon, una máquina de desencriptar la realidad.
Posdata: Como el ingeniero Destouches en la ficción, el
novelista Lemaitre observa con morboso placer cómo las aguas de la historia
anegan el proyecto de la sociedad burguesa del que la literatura y toda la
cultura forman parte. Su mirada se sitúa así entre Céline y Camus, para
entendernos...
Entrevistamos por tercera vez a Juan Francisco Ferré. Si antes
lo hicimos para hablar del verbo y de la carne en la literatura de Oriente y de
Occidente, es decir, de la importancia del Eros en la literatura; ahora,
transitamos hasta el territorio de la posmodernidad más puramente europea a
través de la obra literaria de Alasdair Gray y la reciente adaptación de su
novela Pobres Criaturas por parte de Yorgos Lanthimos y Emma Stone en una de
las películas más claramente candidatas a ganar los Premios Oscar de este año.
A partir de ahí hablamos de la creación artística, de la Modernidad, la
Posmodernidad y sus derivados, y de la actualidad del mercado editorial y los
"conformistas radicales" que dominan el consumo masificado de ficciones
en el que estamos inmersos. La mímesis ha dejado de ser una aproximación válida
de la realidad. El mundo se ha convertido en Espectáculo, en Simulacro, y
nuestras ficciones no parecen estar preparadas para dar respuesta a ese cambio.
Salvo en el caso de algunos nombres privilegiados. Es el caso de Juan Francisco
Ferré y de su novela más reciente, Revolución,
una aproximación al siglo XXI como no se ha escrito otra en nuestra lengua.
Conversamos con el autor sobre su visión de la literatura y del mundo, sobre su
concepción de la ficción novelesca y sobre la relación que ésta debe establecer
con la realidad. Heredero tanto de DeLillo, Pynchon y Barth como de Ríos,
Cabrera Infante y Goytisolo, Juan Francisco Ferré es uno de nuestros grandes
escritores vivos. Ilustrado, provocador y barroco, es un placer también poder
conversar con él…
[Alasdair Gray, Pobres
criaturas, Libros Walden, trad.: Francisco Segovia, 2023, págs. 344]
And so there is no sense, in
this book, of ideas being stretched beyond their natural life: quite the opposite,
in fact, for the novel’s fizzing exuberance derives from the fun of watching Gray’s
keen authorial intelligence finding layer upon layer of unexpected possibility in
his one ingenious narrative conceit. This
conceit has to do with women and the way men construct them.
-Gray´s Elegy, Jonathan
Coe-
Treinta y un años después de su publicación, el cine le ha dado una nueva
vida a esta prodigiosa novela del escritor escocés Alasdair Gray (1934-2019),
uno de los grandes fabuladores literarios del siglo XX. “Pobres criaturas” es
una de sus más originales creaciones, un híbrido novelesco irresistible: pastiche
de ciencia-ficción victoriana, utopismo socialista, erotismo femenino en todo su esplendory
metaficción nabokoviana, con “Frankenstein” inscrito
al sesgo como modelo moral y temático. Quien se limite a ver la maravillosa
película de Yorgos Lanthimos, sin completar la experiencia con el conocimiento de
esta imaginativa novela, se estará perdiendo la oportunidad de gozar un orgasmo
artístico en plenitud.
Para empezar, “Pobres criaturas” es un artefacto narrativo
de una complejidad insólita que logra, sin embargo, presentar sus excesos y
desafueros con extrema levedad, como exigía Italo Calvino, derrochando humor y gracia
narrativa. Gray compone su novela por capas para mejor conducir al lector en el
viaje mental de la lectura, acumulando sorpresas y paradojas hasta la última
página. En primer lugar, la Introducción de Gray ya anticipa el tono y la
condición de la novela. El juego del manuscrito encontrado junto con otros
materiales asociados y la destrucción de los textos que conforman el libro
anuncian el irrevocable destino de la historia: el olvido total.
En esta introducción irónica, el conflicto entre
el historiador que encuentra los textos (Michael Donnelly) y el novelista que
los organiza y manda editar (Gray) es una ingeniosa iniciación en los misterios
del pasado y las versiones distorsionadas de los protagonistas. El historiador
Donnelly, precisamente, desautoriza el trabajo del novelista con la mejor
descripción posible de lo que es el libro: “una ficción de humor negro en la
que se entretejen hábilmente algunos episodios reales o históricos”. El
novelista, sin embargo, juzga el manuscrito encontrado como un pedazo de
historia auténtica.
La parte principal del libro la ocupa la materia
más inventiva y fantástica, la que adapta con exuberancia el film de Lanthimos.
La extravagante vida de Bella Baxter contada por su marido, el doctor Archibald
McCandles. La historia ocurre en Glasgow entre 1881, fecha del hallazgo del
cadáver de una mujer ahogada en el río Clyde, y 1909, fecha de la publicación
del libro titulado “Episodios de la juventud de un funcionario escocés de salud
pública”. La mujer embarazada que se suicida para huir de una vida de ignominia
conyugal con su marido inglés, el general Blessington, se llama Victoria al
morir y resucita como Bella en el laboratorio del doctor Godwin Baxter, genial demiurgo
de la trama, que le concede apellido y residencia. El renacimiento carnal de
Bella es, por otra parte, un experimento extraordinario: implantar el cerebro
de la hija nonata en el cráneo de la madre muerta.
El relato de McCandles, cómplice de los designios
de Baxter, narra la educación de Bella en total libertad. La ingenua y salvaje Bella,
como refiere ella misma en una extensa carta destinada a su creador (God es el apelativo cariñoso con que Bella se refiere siempre a él), se mueve con
desparpajo por un mundo decimonónico de prejuicios, tabúes y supersticiones al que
desafía y provoca constantemente, poniendo en cuestión sus nefastos valores y
estrecha mentalidad, con sus actos y opiniones de mujer liberada.
Y aún quedan dos partes esenciales que la película
no incorpora. La carta final de la doctora Victoria McCandles, donde refuta la
fantasiosa narración de su marido, examina su vida con realismo y se reivindica como pacifista y acérrima feminista.
Y el epílogo compuesto por las anotaciones del autor, donde comenta detalles
del texto central y completa el perfil biográfico de Bella/Victoria hasta el
momento de su muerte en 1946 con un cerebro sesenta y seis años más joven que su cuerpo nonagenario.
Posdata: La
mezcla de historia y ficción (autoficción, metaficción histórica y pura
fabulación) sirve a Gray para dar cuenta de un mundo que ya no es posible
retratar con las categorías de la novela realista (decimonónica) al uso. Las
mentiras del siglo XIX, como las de cualquier otro siglo, se ocultan tras la
fachada de la realidad y del realismo convencional. Y todo este despliegue narrativo
de signo libertino solo sirve para introducir la duda en nuestra mente sobre si
hemos logrado o no salir de la era (moral y cultural) victoriana…
…El
pesimismo es la rama inteligente del pensamiento occidental y nos da siempre,
como McEwan en su nueva novela, una lección de realismo. Léanla y verán lo que
es bueno.
La fábula de esta extensa novela plagada de rasgos
autobiográficos proporciona al lector una serie de lecciones, filtradas con
sensibilidad e inteligencia por el protagonista, que se convierten en irónicas
lecciones para la vida y la historia. La novela comienza con un registro donde
se entremezclan la memoria y el sueño, el presente y el pasado, la realidad y
la alucinación, y concluye con la lucidez del final de una vida que ha cumplido
su ciclo y realizado su propósito sin, por otra parte, poder establecer cuál
sea este con certidumbre. En el fondo, la lección de literatura de esta novela
magistral, compendio del arte novelístico de McEwan y de su visión del mundo, permite
entender cómo el relato de la vida de un hombre común, Roland Baines, se
convierte en el retrato alegórico de una generación de hombres y mujeres, nacida
en la segunda posguerra mundial y que apenas sobrevivirá al primer tercio del
nuevo siglo.
Baines es un hombre ordinario que comparte muchos
elementos con su creador, del que parece una copia malograda, pero posee el
privilegio que le concede el acierto fundamental de la trama. Mientras toda la
historia está focalizada en el personaje masculino, lo esencial de su
experiencia lo constituyen las relaciones con los fascinantes personajes
femeninos que introducen en su vida el estímulo y el temblor que, finalmente,
le dan sentido.
Sin su idilio adolescente con la profesora de
piano, la libertina Miriam Cornell, quien transgrede sin culpa los límites
morales y los tabúes de la edad para regalarle a Baines, además de la
oportunidad de crecer como pianista, una valiosa lección de libertad en el
placer y de placer en el ejercicio de la libertad, Baines sería un hombre aún
más incompleto. Del mismo modo que su primera esposa, Alissa Eberhardt, que
experimenta una metamorfosis arrolladora al pasar de esposa frustrada y madre
desganada a novelista alemana aclamada en la escena internacional, al tiempo
que se transforma en una juez implacable de su familia y de sí misma, le ofrece
una segunda lección, esta vez ética y artística. No se puede ser un diletante
ni tampoco un timorato. Realizar al máximo la promesa y la potencia del talento
creativo exige sacrificios y obliga a adoptar una mirada que coloca al
individuo al borde de lo inhumano.
La visita a casa de la pianista muchos años
después, cuando ella teme, en el nuevo clima puritano instalado en las sociedades
occidentales, que pueda ser inculpada de pederastia, es un desencuentro triste
y terrible entre amantes que compartieron la felicidad del amor furtivo. En
cambio, la despedida de Roland y Alissa ya pasados los setenta, cuando ella
padece un cáncer que acabará con su vida y él asume la vejez como una dulce
derrota, está repleta de una ternura propia de seres humanos que han
comprendido que, más allá del ruido emocional y la furia existencial, hay una
posibilidad de inteligencia y complicidad.
Junto con las maravillosas historias de deseo y
amor que envuelven al protagonista, el otro componente de esta magnífica novela
es la historia política de los siglos XX y XXI vista desde la perspectiva de un
“oscuro” ciudadano como Baines. McEwan, comentando en un ensayo reciente (El espacio de la imaginación) el encuentro entre Henry
Miller y George Orwell, reconocía la existencia de dos tipos de escritores, los
que viven refugiados en el vientre de la ballena y los que afrontan el exterior.
Con “Lecciones”, McEwan ha logrado una fusión de ambos modelos literarios, una
síntesis paradójica de sus atributos más diferenciados: compromiso crítico con
la realidad y agudo psicoanálisis de la intimidad.
Posdata irónica: El libro alegórico de cien capítulos que se menciona
en las últimas páginas de la novela, del que Baines solo conoce los primeros veinticinco, marca el tiempo terminal para la condición humana del siglo XXI.
[Douglas Rushkoff, La supervivencia de los más ricos. Fantasías
escapistas de los multimillonarios tecnológicos, Capitán Swing, trad.:
Francisco J. Ramos Mena, 2023, págs. 222]
Uno, mientras lee este instructivo
libro, se imagina a su autor reunido a lo largo de las últimas tres décadas con
los ricos más ricos del planeta en búnkeres sofisticados para informarles sobre
la deriva digital del mundo. Uno ve a Rushkoff, durante esos mítines
asimétricos, compartiendo con estos magnates y directivos, empresarios
corporativos y ejecutivos agresivos, la grandeza, ventajas y beneficios de la
revolución digital, cuando aún creía en ella a pie juntillas, para luego pasar,
sin cambiar de lugar, a mostrarles signos de desengaño y frustración y
transmitirles discursos cada vez más críticos hacia el significado de los
avances de las nuevas tecnologías y los nuevos mercados, arriesgándose a ser
tomado por un “enemigo del mercado o un cascarrabias antitecnológico”, y siendo
recibido por ellos, a pesar de todo, con creciente escepticismo y rechazo.
La paradoja de Rushkoff, como pensador del mundo
digital, radica en esto, precisamente. La misma inteligencia que hizo todos los
esfuerzos necesarios para convencer a la élite política, tecnológica y
financiera, de la infinita potencialidad del nuevo mundo digital, es la que
vuelve a ser invitada, muchos años después, por estos múltiples agentes de la
Mentalidad, como Ruskoff la denomina con desprecio, para convencerlos del laberinto
sin salida al que conduce la racionalidad digital y proponerles alternativas sostenibles
y colaborativas en las que no podrían creer bajo ningún concepto sin dejar de
ser lo que son de inmediato.
Al acabar la Guerra Fría, colapsar el comunismo
como sistema de gestión de la realidad y respirar aliviadas las superpotencias
occidentales, se produjo la génesis de una nueva narrativa maestra (una "metanarrativa", como la llamaba el filósofo Lyotard), la última de todas ellas,
surgida del contexto de la revolución de las tecnologías digitales (internet y
alrededores), la narrativa definitiva que acabaría con la historia y pondría a
todo el planeta en la órbita rentable del capitalismo globalizado. Esta peligrosa
narrativa, denunciada por Rushkoff desde las primeras páginas del libro y en los
doce capítulos restantes, supone la aceleración de las estrategias más nocivas de
ganancia económica y opresión tecnológica y la conversión del mundo real en un
mapa virtual (un “metaverso”) del que extraer, mediante la explotación de
recursos y de los beneficios extraídos de esos recursos, una riqueza ilimitada
puesta a disposición de una minoría.
Lo irónico es que esta élite, ligada a grandes
corporaciones tecnológicas y financieras y amparada por los gobiernos
internacionales, al hacer inhabitable el planeta y transformar a los demás
seres humanos en parias terrestres, padecería el terror supremo a la venganza
catastrófica de la naturaleza y de sus semejantes, por lo que su mayor
preocupación sería la de huir a toda velocidad de sus propias fechorías, o bien
refugiándose en búnkeres de lujo, o bien poniendo rumbo a otros planetas en
busca de una nueva oportunidad de negocio. Esta historia suena a película biempensante
y a ficción globalista para consumo de las jóvenes generaciones en plataformas
digitales, pero Rushkoff la analiza tomándosela en serio, pese a los
componentes de burda paranoia ideológica que la adornan, con una agudeza y una honestidad
dignas de admiración.
Más allá de las fabulaciones cibernéticas de la
clase privilegiada de los milmillonarios y la fantasía consoladora de la clase
desfavorecida de los mileuristas, Rushkoff tiene el valor de proponer en el último
capítulo algunas soluciones bienintencionadas que pretenderían frenar el
proceso de devastación mundial en curso y que se podrían condensar en un ideal contracultural
tan vago como este: “progresar de una forma más gradual hacia la coherencia
colectiva”.
Escritor y crítico literario. Es Doctor en Filología Hispánica. Entre 2005 y 2012 fue profesor de literatura y cine en la Universidad de Brown (Providence, Estados Unidos) y ahora es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura comparada de la Universidad de Málaga. Ha publicado el libro de estudios literarios Mímesis y simulacro. Ensayos sobre la realidad (Del Marqués de Sade a David Foster Wallace), la colección de ficciones Metamorfosis® (2006) y las novelas La vuelta al mundo (2002; 2015), I love you Sade (2003) y La fiesta del asno (2005; edición francesa en 2012). Su novela Providence (Finalista del Premio Herralde 2009) obtuvo una rara y espléndida unanimidad crítica, tanto en su edición española como en la francesa. Su novela Karnaval ganó la XXX edición del Premio Herralde de Novela (Anagrama, 2012) y apareció en Francia en enero de 2014. Su novela El Rey del Juego se publicó en Anagrama en octubre de 2015. REVOLUCIÓN, su última novela, la cuarta en Anagrama, se publicó en mayo de 2019 y obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica de 2020.